Las playas de Brasil, de Uruguay, de Cuba, por la noche se llenan de mujeres con collares de cuentas iridiscentes y vestidas de blanco que junto a hombres y niños creyentes entran en el mar hasta la cintura y cantan alabanzas. Allí una escena resaltada por la Luna nos provoca desiguales sensaciones. Vemos barcas iluminadas por velas blancas y azules, cargadas con perfumes, sandías, caracoles y flores. Las ofrendas se lanzarán al mar esperando que las reciba, depositario oficial de tantos sueños. Pero que esta vez no las devuelva, aceptando así la súplica. Entre la multitud, muchos serán pescadores fantaseando cosechas de tesoros y naufragios, hermanos de la costa, filibusteros de la lucha diaria por sobrevivir en un mundo extremadamente real. ¿Cómo no buscar la ayuda milagrosa, tan capaz? Transportados por la brisa refrescante de la noche, resuenan atabales africanos. La botella de ron y el sacrificio, ecos del amado candomblé de sangre roja, orixás que se incorporan.
Amanece demasiado pronto. Todos se retiran a sus casas caminando de espaldas… parecen tirar de una inmensa red transparente mirando al mar, esperando descubrir el resplandor de millones de peces en ella formando el rostro generoso de Yemanyá, madre primordial, eterna diosa.
Eduleira dijo en 200 palabras el 2/2/08
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